lunes, 4 de febrero de 2013

Que no miento si juro que daría por ti la vida entera


Decía Bécquer que él no escribía cuando sentía, y el hecho de que lo hiciese así, era porque creía que sus sentimientos eran tan fuertes, que no había palabras para expresarlos, y si por algún casual las encontraba, tenía miedo de no saber plasmarlas, y de que el lector se riese de lo absurdo de sus pensamientos.
Pues bien, yo creo que Bécquer se equivocaba. El hecho de sentir, es la cosa más humana imaginable, al igual que el equivocarse. Lo bonito de sentir, es el no saber encontrar las palabras para expresarlo, y lo más gradioso que puede pasar, es que no se encuentre un orden lógico para encaminar a todas esas ideas que se agolpan en la cabeza y luchan por salir a la vez.
Es cierto que no es fácil plasmarlo todo en un papel. Y también es cierto, que muchas veces cuando acabamos de escribir, las cosas no tienen un sentido concreto para los demás. ¿Y qué?
¿Qué importa que los demás no entiendan lo que escribimos? ¿¡Qué importa!? Si somos nosotros los que sentimos, y no ellos. Y somos (y seremos) nosotros los que, al releer nuestras cosas, daremos marcha hacia atrás en el tiempo, y también en los recuerdos.
Yo no escribo para que los demás me entiendan, ni tampoco escribo para emocionar. No escribo por el bien de los demás. Escribo por el mío propio. 
Escribo para sobrevivir. Vivo únicamente para sentir, y poder plasmarlo todo en un papel más tarde. Escribo porque, muchas veces, es la única forma que encuentro de parar las lágrimas, y también, escribo porque me gusta recordar sonrisas y detalles.
Yo escribo porque siento, y siento porque escribo, y eso es algo que Bécquer no tuvo en cuenta.

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