viernes, 15 de noviembre de 2013

Ojalá, algún día...

Aquella noche le vi más guapo que de costumbre. Se paseaba por la fiesta como un galán, luciendo su traje nuevo; ese que sólo se pone en ocasiones como bodas o comuniones, y por qué no, en Navidades también.

Le vi más guapo que de costumbre vestido con aquel traje, sí, sin embargo, me atrevería a decir que le quedaba ridículamente mal. Que no se había dado cuenta de que un hilo colgaba traicionero de la manga de su camisa, que la corbata no estaba del todo bien ajustada, y en los pantalones ya le habían empezado a salir arrugas de tanto sentarse y levantarse.

Es cierto, le vi guapo, pero no fue gracias al traje. Todo el mérito se lo llevaron sus ojos. Aquellos que algún tiempo atrás me habían visto reír, y me habían hecho llorar. Unos ojos color claro que me habían hecho soñar despierta, y que habían recorrido cada milímetro de mi piel cada pocos segundos, en busca de algún cambio imperceptible e inexistente. Aquellos ojos... qué diferentes los vi aquella noche... 

Tal vez fueron las luces, que no le alumbraron de la forma correcta, o que aquella camisa les quitaba protagonismo. El caso es que al mirar aquellos ojos, no me dio un vuelco el corazón, como tenía ya por costumbre.

Aunque puede, que el centro de todo aquello no fuesen las luces, las arrugas de su pantalón, o el hilo traicionero que colgaba de la manga de su camisa. Puede que fuese algo más simple que todo eso, y que mi corazón ya no mirase con los mismos ojos a los suyos. Puede que mi corazón ya estuviese centrados en otros ojos que quitaban la respiración. Sí. Puede que fuese eso, y solamente eso.

Y como tantas otras veces, la charla con su abuela fue la misma. Fue la misma en cuanto a tema central, aunque esta vez los conceptos fueron algo diferentes. Fue diferente también en cuanto me di cuenta de que por fin había pasado página, y no veas lo bien que me sentó aquello.

— Niña, qué guapa estás. ¿Has visto a mi nieto? Está por ahí, guapísimo con un traje nuevo. ¿Cuando vais a salir juntos? Con lo bien que os lleváis y se os ve juntos...
— Verás... es que yo... yo ya estoy con un chico.
— Pero seguro que no es igual que mi nieto, ¿no? Seguro que no. Dónde iríamos a parar.
— No... la verdad es que no se parecen en nada, son como polos opuestos. Aunque sustancialmente... puede que se parezcan. Mi... chico, tiene caracoles en el pelo, y pájaros en la cabeza, igual que su nieto. Sus ojos son color pradera, y su sonrisa podría iluminar una ciudad entera; pero no de la misma manera en la que lo haría la de su nieto, sino de verdad. Es muy extrovertido, y en privado, cuando nadie más nos oye, le gusta llamarme pequeña. Se le iluminan los ojos cuando me ve salir de la universidad e ir corriendo hacia él, y me regaña cuando miro cómo habla por teléfono con su madre. No le gustan las lentejas, y siempre aparta los osos verdes de gominola. Le gusta el rugby, el skate, el tenis, y cualquier cosa que le sirva para mantenerse activo y no dejar de moverse de un lado hacia el otro; pero también le gusta hacerme el amor muy despacio. Siempre me dice que no hay mejores canciones que las que compone en el piano de mis costillas, y que mi risa será siempre su sonido favorito. Me llama borracho a las seis de la mañana, para decirme solamente que se acuerda de mi, que tiene ganas de morderme el alma y de apoyarse en mi pecho para escuchar como late mi corazón. Lee libros que nadie entiende ni siquiera él, y escucha música a todas horas. Le divierte verme enfurruñada, y se encara con cualquier persona por la más mínima tontería. Es zurdo, y sus letras serán siempre lo más bonito que hayan visto nunca mis ojos. Como todo él. En conjunto. Por partes. Él entero y eterno. Todo él. Mío, y solo mío. Así que no. Permítame decirle que mi chico no es igual que su nieto, que no se parecen en nada. Y que la razón principal que les diferencia, es que a mi chico le gusta verme feliz.

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