Me ganas a todo. Siempre lo haces.
Me ganas a todo excepto a querer.
Ahí te supero yo.
Y te supero porque me dejé un trozo de corazón debajo del asiento de tu coche el otro día, mientras te besaba.
Y me dejé también la coherencia en el limpiaparabrisas, y todos mis sentidos atados a tus pestañas.
Y te supero también porque te escribo de madrugada, te pienso mientras sueño, y te sueño mientras estoy despierta.
A veces te imagino diciéndome que tus cicatrices no se van a curar solas, y que necesitas que las vaya lamiendo poco a poco, como hice el otro día con tu cuello. Pero entonces me despierto y me encuentro en una cama vacía, aferrada a mis fantasías y a mi móvil vacío de mensajes, de llamadas.
Vacío de ti.
He aprendido a querer(te) por encima de mis posibilidades, y estoy a medio camino entre la locura y la cordura.
He aprendido a dar(te) calor con mi corazón, pese a mis manos heladas, a bajar(te) la Luna en un suspiro y a sobrevivir a los remolinos de tu pelo.
He aprendido a no pasar frío si te imagino tiritar bajo las sábanas, y a dejar las ganas de comerte hasta el alma en la puerta, por si un día te decides a venir.
He aprendido a admitir que siempre me ganas a todo.
Excepto a querer.
Ahí te supero yo.