lunes, 11 de noviembre de 2013

Recuerdo que la lluvia no dejaba de caer, y que para el momento en el que quise darme cuenta de lo que pasaba, era ya muy tarde. Me había calado los huesos, y el rincón de pensamientos claros que había reservado intacto todo aquel tiempo se había inundado.

Supe entonces que lo mejor era darme por vencida. "Un corazón sólo puede romperse una vez, el resto son simples rasguños", recuerdo que alguien me dijo. ¿Entonces por qué estaba aún después de todo aquel tiempo, aquellos golpes, y todas las cicatrices abiertas, intentando recuperar aquel trozo que se llevó él con sus ojitos verdes?

Reconozco que nadie sabe mi historia. Igual es que yo tampoco la he querido contar. Nadie sabe lo que sufrí aquella noche. El frío que sentí por dentro y que me acompaña desde entonces. Las ojeras con su nombre. Los gritos en silencio. Nadie sabe que todo es por él.

Porque un día decidió que lo mejor para ambos era marcharse. No dejarme volver a ver aquella media sonrisa que me iluminaba la semana. Quizás eso fue lo mejor.

Quizás el hecho de que se fuese mitigó las horas que pasaba preguntándome cuándo me escaparía para verle. Porque aquello era así. Habíamos llegado a un punto en el que haríamos cualquier cosa por vernos, aunque fuese de lejos, aunque fuese por ver su ansia escaparse por cualquiera de sus poros.

Habíamos llegado a un punto en el que cualquiera de los dos hubiera hecho cualquier cosa por el otro. Incluso salvarle. Por muy duro que fuese.

Creo que eso fue lo que él intentó hacer conmigo. Salvarme. Salvarme de él. De sus rizos y el hueco que se le formaba debajo del cuello, que pasó a convertirse en mi segunda cada. Tal vez intentó salvarme de sus maneras, de las veces en las que me perdí contándole los lunares de la espalda, y las veces que utilicé sus ojos como mapas astrales.

Puede que intentase hacerme olvidar las veces que sus labios se posaron sobre los míos, las sábanas arrugadas entre las que nos acurrucábamos, y lo frías que tenía las manos cuando se acercaba la madrugada.

Igual quería que aprendiese a vivir sin el color de su voz, sin los decibelios de su risa retumbando en mis oídos, sin su forma de mirarme con esos ojitos, como diciéndome que no había mejor precipicio al que acercarme que él.

Pero qué puedo hacer, si desde el segundo uno le tuve clavado en la retina, y fue como aquel caramelo de las ferias al que miras durante días con deseo y que no quieres que se acabe nunca.

Qué puedo hacer, si él fue una de esas personas que ha pasado por mi vida que ha dejado huella de verdad de la buena. De la que no se borra.

Sólo me queda esperarte en el rincón en el que habita el olvido, deseando que la Luna no sea tan zorra como para recordarme al oído a lo que sabe tu lengua después de beber de mi cerveza favorita.

"Si yo hubiera estado te habría cuidado". Menos mal que sigue habiendo gente pequeña con corazones muy grandes. Y lo bien que me vendría que estuvieses aquí, ¿qué?

Y eso que dicen de que la vida sigue, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido... es porque nunca han recorrido el horizonte en un suspiro colgada de su risa.

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