Párate. Acelera. Quieta. No te muevas. No pestañees. No respires. No hagas nada. Y ahora...mírale. Apréndete donde están las manchitas en sus ojos, como se pasa una mano por el pelo, alborotándolo. Cuenta cada una de las veces que inspira, y también las veces que espira. Fíjate en sus labios, y en la preciosa sonrisa que se esconde detrás. Observa las arrugas que tiene su camisetam y cómo le favorece ese color. No alargues la mano. No lo toques. Cualquier ligero movimiento puede sacaros de ese momento. Date cuenta de cómo se mueven sus labios, listos para hablar. Escucha.
-Hola, princesa.- Su voz suena dulce, relajada, al contrario que los latidos de tu corazón. Tranquila. No estés nerviosa. Sonríele. No, así no, un poco más. Que el rubor de tus mejillas no llegue a un tono demasiado rojizo. Intenta ocultar lo que sientes por él, aunque te resulte imposible. Siente el cosquilleo en el estómago, ahora que ha movido su cuerpo, y está algunos milímetros más cerca tuyo. Que no te tiemblen las piernas. Se fuerte. Que tu autocontrol no te sobrepase. Fíjate, sin embargo, en como el suyo lo está sobrepasando completamente. Que no se te caiga el alma a los pies, ahora que has oído el despertador. Y es que, mis sueños, son mentiras, que algún día dejarán de serlo.
lalalalaaaaa que poooooootiiitoooou
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