domingo, 2 de septiembre de 2012

Día uno,



No hay por qués que valgan. Las cosas suceden porque tienen que suceder, aún por muy extrañas o contradictorias que parezcan. Las cosas suceden porque... bueno, porque tienen que suceder, sí. Porque estamos predestinadas a ello, supongo. Por mucho que nos esforcemos, nunca habrá forma humana de evitar el dolor, o las indecisiones. Nunca podremos ser capaces de hacer nada contra ese camino que se separa en dos, que te hace elegir, y en el que cualquiera de las opciones se te hace apetecible.
Siempre seremos incapaces de luchar contra aquel que no sabe qué sentir, o qué pensar, y por supuesto, no podremos evitar que una decisión inacertada no nos afecte. Es prácticamente inevitable sentir frustración, y no nos podremos deshacer nunca del sentimiento que nos indica que si tomamos ese camino, el que en otro tiempo nos hizo daño, podremos volver a sentir cosas increíbles.
Es inevitable confundirse, amigos. Es por eso que somos seres humanos. Nos caemos, y nos levantamos. Caemos de nuevo, y decidimos volver a levantarnos. Solos o acompañados, pero eso es ya otra historia.
No queremos que nos hagan daño, pero tal vez nunca nos paramos a pensar en lo que hacemos nosotros. Igual no nos fijamos en la persona que está siempre ahí, y que haría cualquier cosa por vernos sonreír. Igual no nos hemos dado cuenta todavía, pero es probable, que esa persona pudiese llegar a ser el 90% de nuestras sonrisas diarias. Puede que aunque nosotros no lo sepamos... bueno... puede que esa persona no llegase a ser un error para nosotros.
Y puede, y solo puede, que si de vez en cuando nos parásemos a pensar, considerando realmente nuestras opciones, yo ahora mismo no estaría aquí, escribiendo esto para el chico ese que tal vez se equivoque. Pero aún con todo, y como ya he dicho antes... la vida es eso, caer, y volver a levantarse.

trescientos cincuenta y siete mil trescientos ochenta y cuatro-ene

No hay comentarios:

Publicar un comentario